Como
en las demás manifestaciones artísticas, los ideales de vuelta a la Antigüedad,
inspiración en la naturaleza, humanismo antropocéntrico e idealismo fueron los
que caracterizaron la escultura de este período. Ya el Gótico había preludiado
en cierta manera algunos de estos aspectos, pero algunos hallazgos
arqueológicos (el Laocoonte, hallado en 1506, o el Torso Belvedere) que se
dieron en la época supusieron una auténtica conmoción para los escultores y
sirvieron de modelo e inspiración para las nuevas realizaciones.
El
condotiero Gattamelata, en Padua, por Donatello. El monumento ecuestre
conmemorativo apenas sobrevivió a la Antigüedad. La plástica renacentista
recupera esta tipología típicamente romana y la aplica, en este caso, al héroe
característico de la época: el condotiero o capitán mercenario.
Detalle
de la Puerta del Paraíso, en el Baptisterio de Florencia, obra de Lorenzo
Ghiberti. Fue Miguel Ángel quien, admirado por la perfección de los relieves de
esta puerta, dijo que merecería ser la del propio Paraíso.
Aunque
se seguirán haciendo obras religiosas, en las mismas se advierte un claro aire
profano; se reintroduce el desnudo y el interés por la anatomía con fuerza, y
aparecen nuevas tipologías técnicas y formales, como el relieve en stiacciato
(altorrelieve con muy poco resalte, casi plano) y el tondo, o composición en
forma de disco; también la iconografía se renueva con temas mitológicos,
alegóricos y heroicos. Aparece un inusitado interés por la perspectiva,
derivado de las investigaciones arquitectónicas coetáneas, y el mismo se plasma
en relieves, retablos, sepulcros y grupos escultóricos. Durante el Renacimiento
decae en cierta manera la tradicional talla en madera policromada en favor de
la escultura en piedra (mármol preferentemente) y se recupera la escultura
monumental en bronce, caída en desuso durante la Edad Media. Los talleres de
Florencia serán los más reputados de Europa en esta técnica, y surtirán a toda
Europa de estatuas de este material.
Los
dos siglos que dura el Renacimiento en Italia darán lugar, igual que en las
demás artes, a dos etapas:
El
Quattrocento (siglo XV): El centro escultórico principal será Florencia, donde
la familia Médicis y con posterioridad la República ejercerán de mecenas de
numerosas obras. Lorenzo el Magnífico era aficionado a las esculturas griegas y
romanas y había formado una interesante colección de las mismas, poniendo de
moda el gusto clásico. Los autores más destacados de la época serán Lorenzo
Ghiberti (Puerta del Paraíso del Baptisterio de Florencia), Andrea Verrocchio
(Monumento al condotiero Colleoni), Donatello, el taller de los hermanos Della
Robbia, que introducen la cerámica vidriada y policromada como novedad,
utilizándola en decoraciones de edificios; Jacopo della Quercia, Desiderio da
Settignano y Bernardo Rossellino.
El
más importante de ellos es Donatello (1386-1466), gran creador que partiendo de
los supuestos del Gótico establece un nuevo ideal inspirado en la grandeza
clásica. Suyo es el mérito de rescatar el monumento conmemorativo público (su
Condotiero Gattamelata, es una de las primeras estatuas ecuestres de bronce
desde la Antigüedad), la utilización heroica del desnudo (David) y la intensa
humanización de las figuras, llegando al retrato en ocasiones, pero sin
abandonar nunca una orientación claramente idealista.
La
Piedad del Vaticano, de Miguel Ángel, encargada por el cardenal francés Jean
Bilhéres de Lagraulas para su sepultura, hoy en la Basílica de San Pedro. El
idealismo e impasibilidad de los dioses clásicos se traslada aquí a un tema
cristiano; la serena belleza de María y de Cristo apenas se ve alterada por el
dolor o la misma muerte.
El
Cinquecento (siglo XVI). Esta época está marcada por la aparición estelar de
uno de los escultores más geniales de todos los tiempos, Miguel Ángel
Buonarrotti (1475-1564).4 Hasta tal punto marcó la escultura de todo el siglo,
que muchos de sus continuadores no fueron capaces de recoger todas sus
novedades y éstas no se desarrollarán hasta varios siglos después. Miguel Ángel
fue, como tantos otros en esta época, un artista multidisciplinar. Sin embargo,
él se consideraba preferentemente escultor. En sus primeras obras recoge el
interés arqueológico surgido en Florencia: así, su Baco ebrio fue realizado con
intención de que aparentara ser una escultura clásica. Igual espíritu se
aprecia en la Piedad, realizada entre 1498-1499 para la Basílica Vaticana.
Protegido primero por los Médicis, para los que crea las Tumbas Mediceas,
soberbio ejemplo de expresividad, marchará luego a Roma donde colaborará en los
trabajos de construcción de la nueva Basílica. El pontífice Julio II lo toma
bajo su protección y le encomienda la creación de su Mausoleo, denominado por
el artista como «la tragedia de la sepultura» por los cambios y demoras que
sufrió el proyecto. En las esculturas hechas para este sepulcro, como el
célebre Moisés, aparece lo que se ha venido denominando terribilitá
miguelangelesca: una intensa a la vez que contenida emoción que se manifiesta
en anatomías sufrientes, exageradas y nerviosas (músculos en tensión), posturas
contorsionadas y escorzos muy rebuscados. Los rostros, sin embargo, suelen
mostrarse contenidos. En sus obras finales el artista desdeña de la belleza
formal de las esculturas y las deja inacabadas, adelantando un concepto que no
volvería al arte hasta el siglo XX. Miguel Ángel continúa con la tradición de
monumentos públicos heroicos y profanos que inició Donatello y la lleva a una
nueva dimensión con su conocido David, esculpido para la Piazza della Signoria
de Florencia.
En
los años finales de la centuria, la huella de Miguel Ángel tiene sus réplicas
en Benvenuto Cellini (Perseo de la Loggia dei Lanzi de Florencia, espacio
concebido como museo de escultura al aire libre), Bartolomeo Ammannati,
Giambologna y Baccio Bandinelli, que exagerarán los elementos más superficiales
de la obra del maestro, situándose plenamente todos ellos en la corriente
manierista. Destaca en esta época también la saga familiar de los Leoni,
broncistas milaneses al servicio de los Habsburgo españoles, auténticos
creadores de la imagen áulica, un tanto estereotipada, de estos monarcas. Su
presencia en España llevará allí de primera mano las novedades renacentistas,
extendiendo su influjo hasta la escultura barroca.
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